Ucronía de un cobarde que sobrevivió
Autor: Jazmin Alejandra Ibarrola Lujan
Cerca de la isla de Itaca, en un pequeño peñasco azotado por el frio mar del mediterráneo, tan pequeño que si dabas 50 pasos seguidos podías caer por borde, vivía Ongelio, era el señor de la roca, como los ciudadanos de Itaca llaman al peñasco. Mucho tiempo atrás los ancestro de Ongelio gobernaron toda esa región del mediterráneo, pero a causa, de la mediocridad y cobardía de sus descendientes poco a poco con el pasar de las generaciones fueron perdiendo territorio, y ahora era todo lo que quedaba, la pequeña roca donde vivía Ongelio, aunque a pesar de su infortunio él era feliz, no tenía la necesidad de ir Itaca para nada, tenía su pequeño huerto, una vaca, un par de cabras, una casita acogedora, un olivo, un perro de compañía y el Rey de Itaca le enviaba una vez al mes provisiones necesarias desde uvas, hasta papiros y tinta de escribir.
Cerca de la isla de Itaca, en un pequeño peñasco azotado por el frio mar del mediterráneo, tan pequeño que si dabas 50 pasos seguidos podías caer por borde, vivía Ongelio, era el señor de la roca, como los ciudadanos de Itaca llaman al peñasco. Mucho tiempo atrás los ancestro de Ongelio gobernaron toda esa región del mediterráneo, pero a causa, de la mediocridad y cobardía de sus descendientes poco a poco con el pasar de las generaciones fueron perdiendo territorio, y ahora era todo lo que quedaba, la pequeña roca donde vivía Ongelio, aunque a pesar de su infortunio él era feliz, no tenía la necesidad de ir Itaca para nada, tenía su pequeño huerto, una vaca, un par de cabras, una casita acogedora, un olivo, un perro de compañía y el Rey de Itaca le enviaba una vez al mes provisiones necesarias desde uvas, hasta papiros y tinta de escribir.
Todo era plausiblemente hermoso en su pequeña
roca, hasta el día del fin, del fin de su paz, de su tranquilidad, de su vida.
Fue citado al palacio del Rey de Itaca, con suma urgencia.
Apenas recordaba la última vez que estuvo
ahí, las imágenes se desdibujaban en su mente, lo que si recordaba claramente
era el sentimiento de angustia; cuando su padre murió la ceremonia fue en
palacio, también la del abuelo y la de su madre, era un lugar sombrío en sus
recuerdos.
Al llegar todos estaban corriendo de un
lugar para otro, moviendo cosas, la agitación era palpable en el aire, y había
demasiada gente, más de la que él hubiera visto junta alguna vez. Intento
preguntar un par de veces - ¿dónde puedo encontrar al rey?- nadie le prestó
atención, así que decidió buscarlo por sí mismo, empezó a recorrer los pasillos
del palacio, definitivamente todos estaban ocupados. Mientras avanzaba los
sirvientes se hacían cada vez más escasos, el silencio más presente, y llego a
un jardín pequeño con un olivo en el centro, se acercó a contemplar la fuerza, y
tranquilidad que emanaba el árbol sobre el lugar, cuando encontró sentado en los pies del olivo,
medio dormido, medio susurrando, con la cara enrojecida, al rey, todo
desmoronado, arrugas surcaban su rostro todavía joven.
Al sentirse observado el rey despertó, se
sintió aliviado cuando se dio cuenta que quien lo observaba era Ongelio. Le
conto como sin aviso la guerra había llegado, tendría que llevar a todos los
hombres en edad de pelear a las puertas de la gran ciudad de Troya, pues el
conquistador Agamenon quería recuperar a su ex esposa Elena, que según él había
sido raptada, aunque todos sabían que había escapado con el primer incauto que
llego al puerto, la muy pilla. Aun así tendrían que morir hombres por el
capricho de una mujer, el abatimiento estaba matando al rey, no podía negarse a
los requerimientos de conquistador Agamenon porque entonces todo ciudadano de
Itaca moriría por su cobardía y si iban a la guerra muchos soldados morirían en
las puertas de Troya la ciudad impenetrable.
Ongelio escucho paciente los lamentos del rey - la única solución es
elegir la alternativa con menor número de bajas, así que tendrán que ir a la
guerra – le respondió apacible. – El
rey suspiro – apretó a Ongelio entre sus brazos y le dijo al oído: Iremos a la
guerra.Un escalofrió recorrió el cuerpo de Ongelio,
nunca había sido capaz de agarrar una espada, mucho menos entrenar, se cansaba
con solo recorrer su roca, él no era un soldado.
Esperó al anochecer y después de que el rey
anunció su decisión al pueblo de Itaca, Ongelio tomó su barca y regresó a su
roca, alimentó a sus animales, y en el deposito detrás de la casa juntó todas
las provisiones, estaba convencido, de que si no hacia ruido, ni encendía
fuego, todos pensarían que estaba en alguno de los barcos camino a la guerra,
solo tenía que esperar que los barcos zarparan y regresaría la paz a su vida.
Quien iba pensar que alguien tan insignificante, como un sátiro, iba ser tan
indispensable para el rey. El día del viaje, el rey mismo busco a Ongelio, fue
hasta su roca, ¿Quién iba a pensar lo difícil que sería ocultarse en una roca
de 50 metros cuadrados? Lo saco del depósito detrás de la casa, le hiso poner
una armadura, y lo subió a su barco, a lo lejos vio Ongelio como su pequeña
roca se hacía cada vez más insignificante hasta convertirse en un diminuto
punto en el horizonte,- adiós paz, adiós tranquilidad, adiós vida - pensó Ongelio.
Después de un mes de interminable mar,
balanceo, y nauseas, cuando ya no podía distinguir entre el olor de un hombre y
el olor del excremento, tocaron puerto a las afueras de Troya, ya se encontraba
un gran ejército haciendo guardia a las grandes murallas, Ongelio se había
pasado todo el viaje escondido en la cabina del rey, y ahora se la pasaría escondido
en alguna cueva hasta esperar que se acabe la guerra, todavía no entendía
porque el rey lo había arrastrado hasta esta catástrofe.
Ni bien desembarcaron los barcos del rey de
Itaca se convocó un concilio de todos los lideres con el conquistador Agamenon,
el grupo del rey de Itaca eran los últimos en llegar, se pidió la presencia de
Ongelio, sin comprenderlo él asistió, al parecer llevaban ya más de un año en
las puertas de Troya, no habían conseguido nada, las provisiones se acababan,
los soldados extrañaban sus familias, una peste había diezmado el ejército, la
situación era cada vez mas critica, después de mucho dialogar entre los reyes
de las distintas ciudades, el rey de Itaca pidió la opinión de Ongelio, todas
las miradas se voltearon hacia él, un fuego recorrió sus mejillas, nunca había
tenido tantos pares de ojos observándolo, no sabía que decir, apenas recordaba
que su nombre era Ongelio, suspiro, y al inspirar entro en sus fosas nasales el
olor más nauseabundo que pudiera existir y le entraron unas nauseas tremendas,
a las justas pudo preguntar: - donde se encuentra el baño. Y todos señalaron a
una esquina de la tienda de campaña.
Y comprendió porque los soldados estaban
muriendo, sus antepasados habían resuelto este problema en Itaca hace ya mucho
tiempo, no tenían un sistema de desagüe, así que los baños estaban en cada
tienda donde también comían, estaban muriendo de marranos, la primera norma que
dio Ongelio fue poner los baños lo más alejado de las tiendas, que todos los
hombres se bañaran en el mar una vez al día por lo menos. Tenía tanto temor de
enfermar de tanta mugre, de que soldados enfermos y malolientes tocaran su
comida, que acepto el cargo de general, aunque de lo único que se encargaba era
de la limpieza y de las provisiones. Bajo
sus órdenes de higiene, las bajas de soldados disminuyeron en y estaban más
saludables.
A los pocos meses se reunió nuevamente un
concilio, no podían aguantar más debían atacar la ciudad, desarmarían los botes
y harían escaleras, catapultas y lo que fuera necesario, todo estaba decidido y
los generales dirigirían la batalla. Cuando dijeron esto, una premonición de
destrucción y oscuridad recorrió el cuerpo de Ongelio, podría morir, iba morir,
iría al frente. Tenía que evitarlo, de repente todos miraron, no se daba cuenta
que estaba hablando en voz alta hasta que todos lo observaban, -tienes una
mejor idea- pregunto el rey de Itaca, con una mirada de admiración que para
Ongelio pasó desapercibida - claro que la tenía una mejor idea. Y les explico,
para que enfrentar a los Troyanos cuando podían engañarlos para abrieran sus
puertas, para que destruir todos los barcos cuando siguiendo lo que él les
decía, solo destruían uno, y podían regresar a casa en el resto. Fue así que escondieron
a todos los soldados al otro lado de los peñascos, y un pequeño grupo se
introdujo dentro del caballo que dejaron en las puertas de Troya, como era idea
de Ongelio, todos los reyes y generales insistieron en que el tuviera el honor
de dirigir la operación ya que era el único que conocía la complejidad del
plan, otra vez estaba en el lugar que menos deseaba. Esperó a la noche, paso el
día y a la noche siguiente cuando estaban perdiendo la esperanzas los Troyanos
salieron y con cuerdas llevaron el caballo al interior, donde se festejaba una
gran fiesta a la diosa por haberse llevado a los invasores y por a verlos
protegido, lo que sucedió después ya es historia, todos lo saben, Ongelio y sus
soldados abrieron las puertas, entró el ejército, mataron a todos, o a muchos
troyanos, murió Elena, y se acabó la guerra.
Cuando estaban por regresar el rey de Itaca
busco a Ongelio, Ongelio se negó a ir, no quería subirse a un barco por más de
un mes, con todos esos hombres mal olientes, y las náuseas, no quería ni
recordarlo. Además un barco no era lugar para un sátiro. El rey se sintió triste pero comprendió a
su amigo. La historia de ese rey ya la conocemos,
Ulices.
Pero nuestro personaje Ongelio se cansó
rápido de la bulla de la ciudad de Troya que aunque destruida le quedaban
suficientes habitantes para hacer alborotos, además un sátiro de los invasores
no era muy bien recibido. Ongelio regreso a su roca a los dos meses y se entero
que su rey no llegaba, y lo espero y espero por muchos años, en la tranquilidad
de su isla, y comprendió que extrañaba la compañía de su único amigo.
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